La paz es el anhelo deseado por toda persona equilibrada y normal. El problema hoy, en nuestro país y en todo el mundo, es cómo lograrla. Muchas formas erróneas están puestas en práctica que, en lugar de acercarnos a ella, nos alejan. ¿Se puede, por ejemplo, construir la paz por medio de la fuerza y de la violencia? La experiencia nos enseña que no hace más que profundizar las heridas y sembrar “bombas de tiempo” que pueden reventar en cualquier momento. La violencia familiar no se revierte en comprensión y paz por medio de la fuerza, ni la delincuencia en tranquilidad y seguridad ciudadana sólo por la fuerza del orden.
Jesús vino al mundo para darnos vida “en abundancia”. Quiere, por lo tanto, que vivamos en condiciones que permitan el desarrollo de todos los dones que Dios ha sembrado en cada persona. La paz es el camino de una vida plena: implica amor y justicia, fomenta el perdón y la reconciliación en los problemas que siempre surgen, los cuales, de ser bien tratados, nos ayudan a crecer. Como cristianas y cristianos, sabemos que necesitamos la ayuda del Señor para hacerlo realidad en nuestra vida personal y familiar, en el país y el mundo. Al comienzo de este Año Nuevo, Jesús nos invita nuevamente a seguirlo comprometiéndonos a construir la paz desde la libertad, la verdad, la justicia, la fraternidad y la solidaridad.
Los creyentes debemos recordar que toda persona fue creada a la imagen de Dios y, que por lo tanto, la libertad es uno de los dones que nos asemeja al Creador y nos da la opción de elegir formas de actuar que sean del agrado del Dios de la vida. Ejercer la libertad significa entonces respetar la vida de los demás y buscar la mejor manera de formar una sola familia, en el país y entre los distintos países del mundo. Implica aceptar nuestras diferencias, respetar la libertad de cada persona, cada comunidad y cada país. Así entendida la libertad nos lleva a globalizar la búsqueda del bien común sin excluir a nadie y se constituye en uno de los pilares de la paz.
Desde la verdad y la justicia, reconocemos que en nuestro país hay una profunda brecha racial, económica y social que provoca violencia y nos impide vivir en paz entre hermanos de una misma nación. Como seguidores de Cristo, debemos estar atentos a sus llamados, y como María, “meditarlos en el corazón” y comprometernos a luchar con paciencia y constancia para que la verdad y la justicia sean pilares de la paz en el país.
Como miembros de la gran familia humana, no podemos dejar de buscar lo mismo para todos los países del mundo. Comenzando por nuestro propio país, debemos preocuparnos y orar para que el derecho internacional evite que prevalezca la ley del más fuerte y se reemplace “la fuerza material de las armas con la fuerza moral del derecho”, previendo sanciones apropiadas para los transgresores, además de la debida reparación para las víctimas.
En estos tiempos que tanto se habla de globalización del mundo que, por desgracia como consecuencia negativa, profundiza la desigualdad y la exclusión de pueblos enteros, debemos comprometernos a trabajar, cada uno y cada una desde nuestra propia realidad, para globalizar la solidaridad en nuestro país y entre los países de la tierra.
En esta Jornada Mundial de la Paz, ante “el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado”, el Papa nos dice con toda razón: “Si quieres promover la paz, protege la creación”.
miércoles, 6 de enero de 2010
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